UNA INTERESANTE SELECCIÓN DE LA CORRESPONDENCIA PRIVADA QUE LOS ARTISTAS MANTUVIERON ENTRE 1948 Y 1989.

A finales de 2014, la Comunidad de Madrid adquirió el archivo de Nicolás Muller, considerado uno de los máximos representantes de la fotografía documental de entreguerras y uno de los pioneros del denominado compromiso fotográfico. Junto a los cerca de 20.000 negativos que componen este magnífico archivo, se encuentra una variada correspondencia con amigos, familiares y también de carácter profesional; así como material para exposiciones y recortes de prensa.

18 febrero 2015

Entre toda esa correspondencia privada, llama poderosamente la atención la que desde 1948 hasta 1989 mantuvo con el artista Mathias Goeritz, protagonista de la exposición 'El retorno de la serpiente: Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional' que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid, le dedica desde el pasado 12 de noviembre hasta el 13 de abril.

Un alemán alto y joven al que conocía de vista
La amistad entre Goeritz y Muller se remonta a principios de los años cuarenta en Tetuán, donde el primero trabajaba impartiendo cursos de alemán, además de dirigir y coordinar las actividades culturales desarrolladas por el Consulado alemán de Marruecos como delegado del Instituto Alemán de Cultura de Madrid. Por su parte, Nicolás Muller vivía de los encargos que recibía de la colonia judía marroquí y de sus reportajes fotográficos en varias revistas.

Mocoso marroquí Mocoso marroquí. 1942. Nicolás Muller.

Según cuenta Muller, el primer encuentro que tuvieron fue el día en que Goeritz llamó a la puerta de su casa. Le retrata como un alemán alto y joven al que sólo conocía de vista. Parece ser que había quedado impresionado por una fotografía de un niño (‘Mocoso marroquí’, 1942, Nicolás Muller) que había adquirido en una tienda propiedad de un amigo de Muller, en cuyo escaparate estaba expuesta, y quería conocer a su autor. Muller reconoce en alguna entrevista posterior que "estaba en un apuro" y no le dejó pasar, poniéndole alguna excusa que no recuerda. Goeritz lo comprendió, y no volvió.

En 1948 vuelven a encontrarse en Madrid, y, según cuenta Muller, se abrazaron “como si hubiésemos sido viejos amigos”. De estas fechas datan algunas de las primeras cartas en las que se evidencia la buena amistad que mantenían.

Sin embargo, esta relación epistolar se corta, sin razón aparente, durante más de treinta años, retomándose en 1981, cuando Goeritz, tras pedir la dirección de Muller en Madrid a Jesús Polanco, vuelve a escribirle. En esta primera carta de 1 de julio, Mathias le dice a Nicolás que aún conserva aquella fotografía que compró en Tánger, cuando aún no le conocía.

40 años de amistad epistolar
A partir de este momento, la correspondencia entre ambos es frecuente, en algunos casos muy emotiva, y sólo se verá interrumpida por la muerte de Mathias Goeritz en 1990. En total se conservan 55 cartas, de las cuales 51 son manuscritos de Mathias Goeritz y 4 son copias de las cartas que Muller remitió a su amigo. El periodo comprendido entre 1982 y 1989 es el que aporta un mayor número de cartas y también las más interesantes.

Los temas sobre los que hablan son diversos, pero en la mayor parte de ellas intercambian información sobre sus respectivas obras y proyectos artísticos, así como opiniones políticas relativas a la situación internacional de Israel y cómo les afectó a ambos el nazismo. Por otra parte, llegados a la madurez de su vida, tratan con frecuencia de su estado físico y anímico.

Acompañando a estas cartas, aparecen fotografías familiares, de viajes, de trabajo en el estudio, o incluso, de algunas de las obras más representativas del artista. De especial interés son algunas de las cartas en las que Goeritz realiza alguno de sus dibujos sobre el texto manuscrito, como el ‘conejo prehistórico’ dedicado a Pablito, hijo de Nicolás Muller (Santillana, 9 de agosto de 1948) o imitando el diseño de una tarjeta que ilustra con una creación en una de sus caras (México, 1 de diciembre de 1983).

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Fotografía de Nicolás Muller, realizada por su hija Ana, en su casa de Andrín.
Catálogo de la exposición fotográfica ‘Shefarad. Huella Judía en España’. Nicolás Muller. Sin fecha. Sobre esta exposición se hace mención en una de las cartas (México. 1 de diciembre de 1983).
Portada del catálogo ‘Instantáneas de una vida' (Gijón, marzo, 1985), a la que Muller hace referencia en su carta de 22 de marzo de 1985.

Las 27 cartas seleccionadas

Santillana del Mar (Cantabria). 9 de agosto de 1948.
Santillana del Mar (Cantabria). 1 de septiembre de 1948.
México, DF. 1 de julio de 1981.
México, DF. 25 de enero de 1982.
México, DF. 3 de mayo de 1982.
México, DF. 9 de julio de 1982.
México, DF. 7 de noviembre de 1982.
México, DF. 25 de diciembre de 1982.
México, DF. 1 de marzo de 1983.
México. 1 de diciembre de 1983.
México. 15 de enero de 1984.
Dallas (Texas). 7 de febrero de 1984.
México, DF. 23 de diciembre de 1984.
México, DF. 1 de marzo de 1985.
Andrín (Llanes). 22 de marzo de 1985.
México, DF. 27 de mayo de 1985.
México, DF. 12 de agosto de 1985.
México, DF. 15 de diciembre de 1985.
Andrín (Llanes). 11 de enero de 1986.
México, DF. 7 de mayo de 1986.
México, DF. 7 de febrero de 1987.
México, DF. 12 de julio de 1987.
Andrín (Llanes). 2 de agosto de 1987.
México, DF. 10 de diciembre de 1988.
México, DF. 3 de febrero de 1989.
México, DF. 27 de marzo de 1989.
Andrín (Llanes). 20 de abril de 1989.

 

MATHIAS GOERIZT,
AGITADOR Y ESTRATEGA CULTURAL

Goeritz fotografiado por Nicolás Muller Nicolas Muller-Mathias Goeritz003

Si hubiera que elegir una imagen de la modernidad arquitectónica mexicana, no pocos señalarían las Torres de Ciudad Satélite (1957), un grupo escultórico de cinco moles verticales de cemento coloreado, con alturas entre 37 y 57 metros concebidas como imagen de los nuevos barrios residenciales de la capital mexicana. Creadas en colaboración con el arquitecto Luis Barragán (Premio Pritzker en 1980), la obra es una de las más representativas del artista germano-mexicano Mathias Goeritz (Danzing, 1915 – México DF, 1990), padre de la Arquitectura Emocional.

Agitador y estratega cultural ante todo, la huella de la obra de Goeritz en el México más moderno es tan extensa como sus creaciones. Convencido de que era necesario crear piezas, espacios y objetos que despertaran la máxima emoción, el arte público monumental consiguió allí una presencia de tal calado que sus intervenciones son consideradas como esenciales en la renovación vivida durante la década de 1950, y, todo ello, en medio del rechazo de los artistas que seguían defendiendo el realismo y el muralismo como la única manera legítima de la expresión artística.

Goeritz había llegado a México en 1949 invitado para impartir clases de historia del arte en Guadalajara. Su intención era introducir la experiencia pedagógica de la Bauhaus y proseguir con el papel de agitador cultural que entre 1945 y 1949 había desempeñado en España. Aquí había sido uno de los máximos dinamizadores de la abstracción poética y, sobre todo, había fundado la Escuela Pictórica de Altamira, un movimiento artístico empeñado en dar relieve internacional a los nuevos prehistóricos.

 

NICOLÁS MULLER,
OBSERVADOR DE UNA EUROPA DE ENTREGUERRAS

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“El artista que tiene en su mano una cámara fotográfica tiene un instrumento único para poder expresar con ella su pensamiento, sus ideas. Creo que esto significa una cierta obligación”. Nicolás Muller (Orosháza, Hungría, 1913 – Andrín, Asturias, 2000), no olvidó nunca esa obligación auto impuesta. Con menos de 20 años, realizó en su patria de origen unas series que documentaban el régimen feudal en el que vivía la inmensa mayoría del país. Son retratos de hombres, mujeres y niños con el rostro reventado por el dolor del esfuerzo físico.

Una de estas imágenes, 'Trabajador en el drenaje del río Tiszla' (Hungría, 1937), donde aparece un hombre joven, enjaezado como un caballo de arrastre, define como ninguna otra obra la forma de entender el compromiso y el talento artístico de uno de los fotógrafos documentalistas esenciales en la historia de la fotografía. Esa fotografía le supuso a Muller el comienzo de una vida viajera que le haría pasear su implacable ojo por Francia, Portugal, Marruecos y España, donde se vinculó a la Revista de Occidente, se casó y acabó obteniendo la nacionalidad.

 

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