Convento-Monasterio de San Julián y San Antonio, en La Cabrera
Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento
El Convento-Monasterio de San Julián y San Antonio es el testimonio del importante papel que las órdenes monásticas y religiosas tuvieron en el proceso de repoblación, así como desde el punto de vista histórico, social, arquitectónico, económico y cultural.
El conjunto monástico está formado por una iglesia, numerosos restos de diferentes dependencias que se fueron construyendo a lo largo del tiempo y una zona de terrazas dedicadas a huerta y jardín dotados de un sistema hidráulico de riego.
La iglesia románica, posiblemente perteneciente a un monasterio benedictino, y construida hacia finales del siglo XI, responde a un proyecto de gran originalidad y valor arquitectónico. Está formada por una cabecera de gran desarrollo, constituida por cinco ábsides semicirculares escalonados que se abren a una nave de transepto, y un cuerpo de tres naves de corta longitud. Para algunos especialistas responde a una tipología en relación con el primer románico catalán, ajena a la arquitectura que se estaba realizando en Castilla.
En estrecha relación con el monasterio se conserva una red hidráulica de conducción y distribución de agua desde cuatro manantiales hasta el interior del recinto monástico, que se efectúa a través de canales, estanques, pilas y fuentes que se distribuyen para abastecer al monasterio y regar huertas y jardines dispuestos en terrazas. Se trata de un proyecto realizado durante los siglos XV al XVII, aunque su origen posiblemente es anterior, unido a la construcción y desarrollo del convento. Constituye el único ejemplo conservado de este tipo de infraestructura hidráulica ligada a un complejo monástico en la Comunidad de Madrid.
Contexto histórico-artístico
El origen de La Cabrera hay que situarlo dentro del proceso de repoblación emprendido por Alfonso VI, aunque ya con anterioridad parece que en la zona existían algunos núcleos de población cristiana. Por otra parte, hay que recordar que en el proceso repoblador jugaron un papel importante las órdenes religiosas, que además contaron con el apoyo real en la política repobladora. Dentro de este proceso habría que situar la fundación del convento de San Julián y San Antonio, en el que se distinguen dos claras etapas: una primera probablemente benedictina, de la que no existen datos documentales, y una segunda franciscana desde principios del siglo XV hasta el primer tercio del siglo XIX.
Los restos arqueológicos descubiertos durante los trabajos realizados entre los años 1989 a 1994 apuntan a la existencia de un eremitorio en ese lugar en torno al siglo VII, momento en el que históricamente es habitual la existencia de eremitas. Partiendo de estos datos, se puede establecer como hipótesis la existencia de algunos ermitaños establecidos en esta zona, que más tarde pasarían a formar una pequeña comunidad monástica.
Tras la invasión islámica, la zona estuvo bajo su dominio durante tres siglos y medio. Una vez conquistado Toledo en 1085, pasaría a estar controlada por el rey castellano en torno al año 1088, haciendo efectivo el control sobre las tierras reconquistadas mediante la repoblación y el establecimiento de comunidades eclesiásticas. Por otra parte, Alfonso VI tenía establecida una firme alianza con la Iglesia para favorecer la expansión del monacato benedictino, de modo que al conquistar Toledo, el rey promovió el nombramiento del cluniacense Bernardo de Sahagún como arzobispo de la sede toledana. Y además, en 1080 el Concilio de Burgos había decretado la sustitución de la liturgia hispano-mozárabe por la romano-gregoriana.
En estas circunstancias históricas se puede plantear la hipótesis del establecimiento de una comunidad benedictina en La Cabrera, que sustituiría a una posible comunidad anterior. Por tanto, el establecimiento de la orden y construcción del monasterio e iglesia se podría haber producido a finales del siglo XI, si bien la primera noticia sobre el lugar de San Julián se encuentra en el Libro de la Montería del rey Alfonso XI (mediados siglo XIV), se trata de una referencia toponímica «Santa María y San Julián», sin mencionar iglesia o monasterio.
La llegada de los franciscanos a La Cabrera se produjo hacia el año 1400, en relación con el movimiento reformista emprendido por fray Pedro de Villacreces, al que se atribuye esta fundación, cuando doce frailes se hicieron cargo del monasterio bajo la dirección de Pedro de Santoyo (+1431), conservando el nombre de San Julián. Una reforma de carácter eremítico que buscaba la perfección evangélica mediante la clausura, la pobreza extrema y la oración.
Para establecerse en La Cabrera, Villacreces contó con el apoyo de los Mendoza, que estaban a cargo del Señorío de Buitrago que incluía La Cabrera, y del apoyo del propio rey Enrique III. La instalación de los franciscanos requirió nuevas obras de acondicionamiento y ampliación: casa, torre de la iglesia y obras de canalización para llevar el agua al convento desde varios manantiales de la sierra, que continuaron en los dos siglos siguientes, formando una red que abastecía las fuentes, estanques y huertas.
Esta reforma fue pronto absorbida por la Reforma Observante, que celebró su primer capítulo en 1447 en La Cabrera; así, el convento pasó a ser observante, cobrando a partir de este momento una gran importancia, mientras los Mendoza continuaron favoreciendo al monasterio.
Entre mediados del siglo XV y mediados del XVII el monasterio vivió dos siglos de apogeo. Funcionaba como Casa de Estudio de Gramática y fue visitado por grandes personajes de la orden como el cardenal Cisneros, quien lo escogió para enterramiento de su padre en 1488, o por el propio rey Felipe III en 1601. Los duques del Infantado mantuvieron siempre una estrecha relación con el convento y hacia 1566 don Íñigo López de Mendoza, quinto duque del Infantado, mandó construir una estancia para sus retiros espirituales.
En el siglo XVIII, el número de frailes había disminuido y estaba en precaria situación. En 1808, cuando Napoleón atravesó Somosierra para dirigirse a Madrid, el convento fue saqueado. Una vez acabada la guerra siguió cumpliendo la función de cárcel. En 1812 quedaban solo doce frailes y en 1836 el monasterio fue subastado como consecuencia de la ley. En este momento se llevó a cabo un inventario en el que constan las dependencias que tenía el monasterio: hospedería, cuarto de reclusos, cuarto de los muertos, enfermería, claustro bajo, claustro alto donde se encontraban las celdas, refectorio, granero, depósito de harina, librería, sacristía, iglesia, coro, lo que denominaban «celda del duque» y la huerta.
Tuvo tres compradores sucesivos, hasta que en 1865 lo adquirió Mariano de Goya, pasando después a sus sucesores. Finalmente, en 1934 fue comprado por el doctor Carlos Jiménez Díaz en condiciones ruinosas; a su muerte, su esposa cedió la nuda propiedad a los padres franciscanos de San Francisco el Grande. Durante este período, el monasterio fue expoliado, transformado y muy alterado debido a las intervenciones llevadas a cabo por los sucesivos propietarios, principalmente por Jiménez Díaz, quien realizó importantes obras en la residencia, en la iglesia, en las huertas y en el sistema hidráulico.
En 1991 regresó una comunidad de religiosos franciscanos recuperando su uso religioso. Para ello fue restaurado y rehabilitado por la Comunidad de Madrid durante los años 1989 y 1994. Pero los franciscanos no pudieron mantener esta comunidad, por lo que en 2004 lo cedieron a los Misioneros Identes, quienes permanecen en la actualidad manteniendo su uso religioso pero también cultural, donde se celebran conciertos y conferencias.
El conjunto monástico
Está cercado por un muro de mampostería con un perímetro de 533 m en cuyo interior se encuentran diversos elementos arquitectónicos: iglesia románica de finales del siglo XI; torre de los siglos XV y XVI; restos de una arquería del primer claustro franciscano de finales del siglo XV; dependencias de don Íñigo López de Mendoza, del último tercio del siglo XVI; restos de fachada de mampostería con vanos en tres alturas, perteneciente al monasterio franciscano de los siglo XV y XVI; restos de muros de mampostería con arcos, muy reconstruidos; restos de una estructura rectangular, pertenecientes al monasterio franciscano; terrazas con huertas y jardín; un sistema hidráulico de conducción del agua; y una cerca que rodea el conjunto monástico con dos entradas.
El sistema hidráulico del convento de San Julián y San Antonio es un proyecto constructivo realizado entre los siglos XV y XVIII, que pudo tener sus orígenes en siglos anteriores. Se trata de una obra histórica que conserva gran parte de sus elementos estructurales y en uso, cuya construcción está estrechamente unida al desarrollo del convento. Es el único caso conservado de este tipo de infraestructuras ligadas al desarrollo de un conjunto monacal en la Comunidad de Madrid y en Castilla.
Se localiza en dos espacios: en el exterior del recinto monástico y en el interior del mismo.
Fuera del recinto se han localizado los cuatro manantiales que suministraban el agua al convento, con sus correspondientes canales de conducción del agua desde los manantiales hasta la cerca del recinto monástico. El manantial principal, conocido como Manantial del Arca, mide 550 m en dirección noroeste y se ubica en la ladera media del pico Cancho Gordo. Fue el primero en utilizarse una vez establecidos los franciscanos y está considerado el origen de la red hidráulica, fechado en el siglo XV.
Los manantiales secundarios, ubicados también en la ladera del pico Cancho Gordo, presentan unos canales de conducción más cortos pero mantienen la misma tipología y características que el canal principal. El Manantial de la Teja, situado a 163 m del muro con una trayectoria noroeste, se fecha en los siglos XV y XVI; el manantial de la Taza, a 10,50 m de la cerca, tienen su origen en el siglo XVI; y el manantial del Convento, a 26 m del muro de cerramiento, corresponde a la etapa franciscana de los siglos XVI y XVII.
Una vez que los canales de conducción llegan al muro de cerramiento se introducen en el interior del recinto monástico donde se distribuye el agua mediante varios canales de distribución, con sus correspondientes arquetas, que se dirigen hacia distintas áreas del recinto distribuyéndose por las terrazas. El sistema se completa con varios elementos de almacenamiento del agua: estanques y pilas y fuentes. Tanto su construcción como su trazado, refleja cómo era este red hidráulica en la etapa franciscana, entre los siglos XV y XVII fundamentalmente, con algunos elementos claramente datables en el siglo XVI, aunque otros elementos han sido alterados modificando su aspecto y recorrido en distintos momentos a lo largo del tiempo. Así, durante la etapa en la que fue propietario el Dr. Jiménez Díaz se sabe que recuperó parte de la red, creó nuevas canalizaciones realizadas con piedras nuevas semejantes a las antiguas, así como algunos estanques y arquetas.
Iglesia
La iglesia muestra una planta formada por cinco ábsides escalonados dispuestos en batería que se abren a una nave de transepto que se prolonga hasta enrasar con las capillas, y cuerpo de tres naves, más ancha la central, de tres tramos y quince metros de largo. Exteriormente la iglesia está construida con mampostería de piedra de granito del lugar, muy irregular y toscamente labrada, con un vano en cada ábside. El tipo de cabecera responde a la tipología empleada por la orden benedictina, caracterizada por un amplio transepto al que abren diversos ábsides, en respuesta a una nueva liturgia que requería de un mayor número de altares y a la proliferación de las reliquias que se veneraban en los templos.
Este modelo de cabecera, que se asocia frecuentemente con edificios de mayores proporciones planimétricas y cronología más tardía, penetró en la Península a través de Cataluña, ( ejemplos como el monasterio de San Miguel de Cuixá o Santa María de Ripoll), sin embargo no es lo habitual en las construcciones al sur del Duero.
Su marcado arcaísmo, que se pone de manifiesto en la simplificación de los soportes, el tipo de aparejo irregular y de labra tosca, la propia factura de los vanos o la ausencia de elementos decorativos, también podrían ponerse en relación con modelos catalanes del siglo XI, pero igualmente son característicos de las construcciones rurales donde tanto el material como los elementos arquitectónicos tienden a la simplificación.
Estas particularidades y las circunstancias históricas, ya llevaron a algunos autores, como Quintano Ripollés y Omaechevarría, a fechar el templo a fínales del siglo XI o principios del XII, en un momento inmediatamente posterior a la conquista Toledo y Madrid por Alfonso VI.
Arquería del siglo XV
Al este, junto a los ábsides, se localiza una arquería formada por cinco arcos de medio punto rebajado, que podría fecharse a finales del siglo XV o principios del XVI, probablemente perteneciente a un primitivo claustro. Un documento, cuya copia se conserva en el convento, informa que en 1621 se desmontó el claustro viejo y se construyó uno nuevo. Respecto al claustro realizado en el siglo XVII no se conocen más noticias, pero existen numerosos restos diseminados por el recinto monástico que podrían pertenecer al mismo: mampuestos, piezas talladas y molduradas, sillares y dovelas.
Torre
La torre, formada por dos cuerpos, se sitúa en el ángulo suroeste de la iglesia. El cuerpo inferior, fechado en el siglo XV, está construido en mampostería irregular de granito y el segundo cuerpo, construido en sillería, se resuelve mediante cuatro vanos de medio y remata en un alero con triple moldura sin decoración sobre la que descansa la cubierta a cuatro aguas. Interiormente se asciende por medio de una escalera de caracol construida en ladrillo. De todo ello se deduce que se construyó primero la iglesia, después el pórtico y a continuación la torre, entre finales del siglo XV y principios del XVI.
Dependencias para residencia
Situada al oeste de la iglesia, junto a la torre, se encuentra una construcción para dependencias o residencia que, por sus características, aunque muy restaurada y modificada a lo largo del tiempo para adaptarla a distintos usos, podría identificarse con las dependencias que mandó construir el quinto duque del Infantado, don Íñigo López de Mendoza de la Vega Luna (1566-1601), para su descanso. Después fue residencia de Jiménez Díaz, quien lo reedificó interiormente en su totalidad en 1935, reutilizando parte de las ruinas del antiguo convento. Actualmente es el lugar de residencia de los Misioneros Identes.
Por sus características, la construcción se puede encuadrar dentro de la arquitectura clasicista o herreriana del último tercio del siglo XVI.
Restos de fábricas pertenecientes al convento franciscano
Junto a la arquería del primitivo claustro se conservan los restos de una estructura de mampostería relacionada con el convento. Se trata de un edificio de pequeñas proporciones, de planta rectangular, en cuyo interior se han encontrado restos de pavimento.
Partiendo de la fachada oeste de la iglesia hacia el norte, se encuentran restos de un muro de mampostería muy reconstruido, perteneciente a dependencias monásticas de la etapa franciscana, en el que se abren cinco arcos de medio punto. Formaría parte de distintas dependencias del convento franciscano, muy reconstruidas y, por tanto, de difícil datación.
Jardines y huertas
En el interior del recinto monástico se encuentran varias áreas destinadas a jardines y huertas, situadas al norte, este y oeste en sucesivas terrazas, cuyos muros de contención están construidos en mampostería que, aunque han sufrido intervenciones y reformas a lo largo de los siglos, conservan numerosos tramos originales probablemente de época franciscana.
En una de las terrazas superiores se han localizado restos de muros de mampostería que se han identificado como eremitorios. Se trata de pequeñas construcciones de planta rectangular con dos espacios en su interior.
En la zona más oriental se disponen más de diez terrazas dedicadas al cultivo, con una red de distribución de riego a base de canales y otras estructuras hidráulicas (arquetas, estanques, fuentes).
En la zona más occidental se sitúa un espacio ajardinado formado por terrazas con una fuente octogonal central que fue modificado por Jiménez Díaz.
Cerca del convento
El conjunto conventual se encuentra delimitado por una cerca de mampostería y dos accesos o entradas, que parece corresponder al período franciscano de los siglos XV y XVI. La entrada principal se sitúa en un lienzo de muro situado al oeste del conjunto, por la que se accede a un camino que conduce a la casa residencia. Está constituida por un dintel de granito con los extremos redondeados, donde se encuentra una inscripción en letra capital «PACEM MEAM DO VOBIS», sobre la cual se sitúa otra pieza con forma de semicírculo rebajado en cuyo interior se reproduce el escudo de los duques del Infantado.